Primer vuelo a Australia
Llevo 7 horas sentada en el avión París-Kuala Lumpur, en un espacio realmente reducido, alimentándome de una comida más que asquerosa y estoy bastante aburrida. Apenas puedo dormir, he tratado de echar una cabezada, pero no lo consigo. No tengo batería en el móvil y ya me he tragado 3 películas y he escuchado el álbum entero de Calvin Harris. Esto parece que se me va a hacer más pesado de lo que pensaba. Y encima aun nos quedan unas horas de vuelo para llegar al aeropuerto y hacer la escala, así que para entretenerme un rato os voy a contar que tal han ido estos dos días en París.
París es una de mis ciudades favoritas. Ya es la segunda vez que hemos estado aquí; pasear por los frondosos parques, subir a la Torre Eiffel y cenar en Saint Michelle nos han relajado bastante. De repente es como si la ansiedad hubiera desaparecido.
Además, he aprendido mucho: entiendo bastante más el francés, me manejo algo mejor con el inglés y he descubierto que es verdad eso de que el mundo es un pañuelo. Da la casualidad que nos encontramos con un compañero del instituto en el tren desde el aeropuerto a la capital. Aunque solo nos conocíamos de vista, entablamos conversación rápidamente y nos hizo más ameno el trayecto. Ni siquiera recuerdo su nombre, pero espero que tenga mucha suerte, ya que se ha ido a estudiar a Francia.
El apartamento en el que nos quedamos era precioso, el tiempo que ha hecho ha sido perfecto (ya que después del calor del verano malagueño, teníamos ganas de abrigarnos un poco) y la ciudad maravillosa, como siempre. Lo malo han sido las maletas; coger el tren y metro con las maletas a cuestas ha sido una auténtica locura (porque aunque cueste creerlo, ¡No hay ascensores!).
Aunque ha sido un muy buen viaje, no todo ha sido positivo: casi me roban, mi maleta estuvo apunto de explotar, por un pelo no perdemos el vuelo y luego nos lo retrasaron dos horas debido a una huelga de controladores aéreos; ah y por cierto, un hombre acaba de vomitar a mi lado.
Pues eso, os voy a contar bien lo de casi perdemos el vuelo, anécdota que ahora me parece divertida, pero que en su momento me ha hecho llorar: íbamos a mitad de camino hacia el aeropuerto de Orly esta mañana, cuando de repente me paré en medio de la calle con todas las maletas. No sé por qué motivo, pero me dio por revisar los billetes y asegurarme de que íbamos al aeropuerto correcto; y en efecto, nos dirigíamos al equivocado. Nuestro vuelo a Australia salia desde Charles de Gaulle, el cual está en la otra punta de la ciudad (cuando ya de por si íbamos tarde). No teníamos mapa ni internet, puesto que el camino a Orly nos lo sabíamos de memoria. Total, que con los nervios en el estómago hemos tenido que darnos media vuelta y correr con todas nuestras fuerzas para no perder el vuelo. Al final hemos llegado al aeropuerto a 4 minutos de que cerraran la zona de facturación del equipaje. Lo bueno ha sido que llevábamos mucho más peso del permitido, pero al llegar tan tarde la amable señora nos ha dejado pasarlo todo a las prisas y sin pagar nada extra.
Hemos tenido una suerte inmensa. Es más, me parece increíble que hayamos sido capaces de conseguirlo; nada más sentarme en el avión, sonreí de oreja a oreja, sin poder creérmelo, y se me esfumaron los nervios de golpe. Lo pienso en frío, y suerte es poco, después de lo que nos ha pasado.
Y aquí estoy, sentada, volando mientras atardece, sin sueño, viendo como Fran se queda dormido. Han sido unas horas muy intensas; demasiado intensas para mi gusto. Pero así es nuestra vida, y lo ha sido siempre desde que nos conocimos Fran y yo; sino pasan cosas de este tipo, no somos nosotros. Al principio me agobiaba mucho que siempre nos pasen cosas así, pero lo he terminado aceptando, y con humor; desde luego, siempre tenemos anécdotas interesantísimas que contar. Parece que a pesar de los contratiempos, empezamos esta aventura con buen pie: la suerte nos acompaña.
Nos vemos pronto en el paraíso.
N.
